Carlos nos habla, con una buena dosis de humor, de su primer contacto con el sistema OCS. Y Nono le ayuda en esta particular visión
Muchos son los bulos y exageraciones que se han difundido acerca de mi supuesta aversión al sistema OCS (Operational Combat System). Hasta tal punto han llegado los chascarrillos que me he visto obligado a escribir este texto para desmentir tan falaz afirmación: mi aversión por el sistema OCS no es supuesta; es manifiesta y fundada en una traumática experiencia.
Mi historia con el OCS viene de tiempo atrás. Algo tiene el agua cuando la bendicen, me decía. Un sistema operacional con tanta aceptación había de aportar por fuerza muchas cosas interesantes. Tengo las reglas impresas desde hace más de 10 años y en su momento las leí con fruición. Me parecieron enjundiosas, pero no inabarcables. Tenía ganas de ver cómo funcionaban en la práctica. Además, el sistema entraba dentro de la gama que me gusta: aunque mi escala favorita es la estratégica, también disfruto mucho de los juegos operacionales. Los tácticos, en cambio, no me atraen tanto. Siempre he dicho que si hay que ir a la guerra, es mejor ir de coronel para arriba, con un asistente para lustrarte las botas, sacarle brillo a tus medallas y almidonarte los cuellos de la guerrera, que de soldado raso o teniente recién salido de la academia. La guerra no está reñida con la elegancia y el saber estar. El barro sí.
Nunca tuve oportunidad real de probar el juego hasta que me uní al club de juegos históricos Gran Capitán, en mi Granada natal, sin duda el mayor punto de inflexión en mi disfrute de esta afición. Nuestro famoso y nunca suficientemente ensalzado Valdemaras había estado jugando una partida al Reluctant Enemies con otro socio del club, un rival brillante y siempre más peligroso que Rommel con dos docenas de cañones del 88 en un paso de montaña. Hablaban bien del juego y no parecía demasiado complicado, así que con semejante recomendación mi interés aumentó. Quizá la siguiente experiencia del club con el sistema OCS debió servirme de advertencia.
Aquí debo hacer una aclaración sobre una peculiar característica de nuestro club: la tendencia a lo que llamo «ansiarnos». Un socio adquiere un nuevo juego, un nuevo sistema, lo trae un día y se juega un escenario corto para probarlo. Como aquello parece dominado, para el siguiente día se plantea la campaña completa con todos los mapas, así, en vena.
‒ Oye, este escenario del puente Pegaso de GTS se nos ha dado genial e incluso se me ha quedado un poco corto. Está claro que el sistema lo tenemos ya controlado.
‒ ¿A que no hay huevos de montar la campaña completa, con las tres playas inglesas y los desembarcos? Ya sabes, la que son 4 m2 de mapa y tropecientas mil fichas?
‒ ¿Cómo que no? Sujétame la caña…
Porque estas ideas surgen indefectiblemente durante las cañas que siguen a una tarde de juegos y que, no nos engañemos, son tan importantes como los propios juegos, si no más.
Así que en el club a ese Reluctant Enemies le siguió inmediatamente el Baltic Gap. No se eligió la campaña completa, pero sí un escenario cargadito, con impresionantes apilamientos rusos y alemanes alineados a lo largo de decenas, si no centenares de hexágonos y con balitas y cajas de munición: muchas balitas y muchas cajas de munición. Yo no pude involucrarme en la partida por limitaciones de horario y de conocimiento de juego, pero me apunté a la primera sesión, para la que sí me podía escapar, con la esperanza de ver el sistema en funcionamiento.
Allí nos encontramos cuatro personas. Tocaba desplegar el escenario y los cuatro nos aplicamos a ello. Una hora colocando fichas, muchas de ellas acompañadas de ominosas calaveras que debieron servirnos de pista sobre nuestro destino. Dos horas. Tres horas. Cuatro horas. La mañana pasó y conseguimos acabar el despliegue por los pelos. Con un sentimiento de orgullo y satisfacción nos fuimos a tomar nuestras cañas, sin habernos atrevido a mover uno de aquellos imponentes apilamientos. Varias semanas estuvo el juego desplegado en aquella mesa: majestuoso, portentoso, amenazante, casi hosco. No se jugó ni un turno. Cualquier otro juego parecía más atractivo y, al igual que les pasa a los escritores con el síndrome de hoja en blanco, los jugadores nunca reunieron suficiente valor para acometer aquella empresa de titanes, la de comenzar a mover monumentales apilamientos que ocultaban calaveras y de abrir aquellas cajas de munición que tan insuficientes parecían. Un buen día mapa y fichas desaparecieron y nunca más se supo del Baltic Gap, que acabó marcando un hito histórico en el club como el juego que consiguió vencernos.

Debí tomar nota de la ominosa señal, pero no lo hice. Me pasó como a aquellos generales de grandes mostachos de la Primera Guerra Mundial: «Preparen a la división para un nuevo ataque al amanecer. El alambre de espino será sistemáticamente arrasado por la preparación artillera y el enemigo, aturdido, no podrá disparar sus ametralladoras. Estén listos para salir de la trinchera al oír los silbatos de los oficiales y atravesar la tierra de nadie. El plan no puede fallar esta vez».
El campo de batalla elegido para mi bautismo de fuego fue Tunisia II, que según mis avezados compañeros es una buena opción para adentrarse en el proceloso mundo de OCS. Elegimos un escenario relativamente corto, Race for Tunisia, que cubre el avance de los aliados sobre Túnez al comienzo de la campaña. La partida la jugaríamos tres socios del club: un veterano en OCS con el Eje, un jugador experimentado con los americanos y yo mismo, el bisoño, con los británicos. Siendo profesor de inglés, siempre me asignan este bando y reconozco que no me molesta, ahora que no me escucha nadie. Esos flemáticos ingleses que pierden todas las batallas menos la última y cuando vienen mal dadas toman las de Villadiego (o evacúan, como les gusta decir a ellos), a menudo dejando en la estacada a sus aliados, tienen un cierto encanto para mí.
Me leí de nuevo las reglas y me enfrenté a la partida con las ideas claras (o eso creía yo) sobre el papel de los HQ’s, la gasolina, las balitas y cajones de munición y el funcionamiento de la aviación. Mis compañeros fueron pacientes y didácticos conmigo. Al principio supuse que la clave en este escenario era avanzar tan rápidamente como fuera posible hacia el este, meter presión a los alemanes y evitar que se reforzaran. Después de todo, lo que se echa en cara a los ingleses es haber sido demasiado lentos y precavidos en su avance sobre Túnez. ¡Iluso de mí! No contaba con las limitaciones logísticas. Este es un juego en el que todo (o casi todo) se paga con unas fichas que representan el suministro y tienen el dibujo de unas simpáticas balitas. En el norte, en el eje oeste-este costero, la poderosa Royal Navy sólo debía contar con almadías fluviales, ya que las balitas transportadas por mar apenas daban para cazar conejos tunecinos. La única vía férrea (inacabada) está en el sur y corre oeste-este, pero esa hay que compartirla con los primos americanos, que deben desayunar gasolina, a juzgar por sus demandas logísticas. En cuanto al eje norte-sur, resulta que las balitas hay que transportarlas en camiones de leña (¡camiones de leña, habéis leído bien!) o en aviones. Y estos debían ser Piper Cubs, a juzgar por su capacidad de carga.
Al menos tengo más y mejor artillería que el Eje, me dije, pero entonces descubrí que debía elegir entre disparar con una sola unidad de artillería o suministrar al resto de mis tropas. Ni que decir tiene que la partida transcurrió sin llegar a disparar un solo cañón. Inicialmente me pareció frustrante, pero luego me explicaron que da más o menos igual porque mi artillería no mata, sólo asusta, y no mucho. Las fichas de artillería están de adorno. Su efecto en el mejor de los casos es el mismo que el de la aviación, sólo que la aviación se suministra, milagrosamente, con una sola balita por aeropuerto: ni keroseno, ni bombas, ni repuestos. Con tres o cuatro aeropuertos esto es una bicoca. En este juego, el homenaje lúdico a la logística, es más caro disparar una batería de artillería que suministrar a toda la fuerza aérea en el Norte de África. Tócate el bicornio, Napoleón. Y así es como poco a poco OCS me fue enseñando que no sé nada de logística. ¿Cómo era aquella frase de Tom Clancy? Los aficionados hablan de táctica, los profesionales cuentan balitas.
Total, que tocaba replantearse la estrategia: abandonamos el proyecto de embestir rápidamente hacia el este y optamos por avances cautelosos, ya que hay por ahí una avanzadilla de la 10ª división Panzer agazapada en segunda línea que al menor despiste reacciona y te hace papilla el frente, que en grandes sectores estaba guarnecido por tropas coloniales francesas. Sí, esos mismos alegres jóvenes ex-Vichy que nos recibieron a tiros en las playas de Orán, así que cualquiera se fía de que resistan a los rozagantes jóvenes rubios del Afrika Korps. Eso sin contar con el doble guantazo que pueden darte los alemanes si no cedes la iniciativa cuando la ganas, con lo que el Eje tiene la iniciativa cuando la gana y cuando la ganamos nosotros, porque nos da miedo que la gane dos veces seguidas.
En resumen, entre la escasez de suministros y el miedo a los 274 soldados alemanes que hay en el frente, nuestros avances se detuvieron en cuanto nos topamos con unidades del eje. Imagino que las tropas de uno y otro bando se miraban las unas a los otras, gritándose ingeniosas invectivas y arrojándose piedras, porque balitas no tenían. El Eje no paraba de desembarcar a gente con tanques gordos, o eso me parecía a mí, mientras yo me dedicaba a acumular las pocas balitas que me llegaban con vistas a organizar un ataque poderoso en el eje costero.
Nuestro plan desde el primer día fue mantener el frente en el centro, acumular fuerzas (y balitas) en el norte y ganar tiempo para que los yanquis pudieran colarse por el sur. Jugamos tres sesiones, de unas tres horas cada una. Las dos primeras sesiones y gran parte de la tercera se nos fueron en mover balitas por tierra, mar y aire. No es exactamente el material con el que se forjan las leyendas, pero lo peor de todo eran los tortuosos cálculos de coste del terreno para cada movimiento de balitas, tropas o alcances de HQ’s, con divisores distintos según el tipo de vía de comunicación y tipo de unidad militar. Realista, sin duda, pero un muermo algebraico que me retrotrajo a mi traumática experiencia escolar con las matemáticas y me reafirmó en lo acertado de haber estudiado letras. No se disparó un solo tiro en el frente. Más de seis horas de juego y los soldados debían estar preguntándose qué iban a responder a sus futuros hijos cuando algún día les preguntaran: «Papá, ¿tú qué hiciste en la guerra?» «Contar balitas, hijo mío».
Exagero un poco con lo de que no se disparó un solo tiro en el frente, porque la aviación sí se ganó el sueldo, principalmente por lo barato que sale activarla, y nos dedicamos a machacar los campos aéreos alemanes en Túnez para intentar conseguir la superioridad aérea. En general esta estrategia se nos dio bastante bien y desgastamos considerablemente a la aviación del Eje en África. Lo que escapó a mi atención fue la importancia de la aviación del Eje en Sicilia, un error que pagaría muy caro más adelante. En mi defensa debo decir que los aliados también comienzan con aviación fuera del mapa, en Argel, que usamos para atacar Túnez e intentar dificultar el suministro del Eje. El resultado fue patético, con serias pérdidas en nuestros bombarderos sin poder presumir a cambio de haber hundido un solo cargamento de balitas. Por tanto, asumí (erróneamente) que la aviación del Eje fuera del mapa debía ser tan inútil como la mía. Después de todo, la RAF nos prometió que no veríamos más aviones alemanes, ¿no? Como ilustración de este momento, aquí os dejo un vídeo en exclusiva de mis generales de aviación informado a Patton de que los aliados tienen superioridad aérea absoluta en África:
https://www.youtube.com/watch?v=XpEtHWMpiFc
Así transcurrieron nuestras primeras sesiones, contando hexágonos como jabatos y acumulando balitas como ardillas en otoño, con los artilleros esperando que les mandaran los agujeros de los cañones y con los aviones afanándose en ametrallar los aeródromos alemanes, que no eran la amenaza real. Llegó por fin la tercera sesión y yo había acumulado balitas y fuerzas suficientes para la operación, o eso creía yo. El objetivo señalado fue el malhadado poblacho de Djebel Abiot, guarnecido por una solitaria unidad de cañones de asalto italianos de la división Superga, que en principio no daban mucho susto a mis aguerridas tropas: el 1º de Comandos y 2 brigadas de la 78 División de Infantería estaban listos para cruzar el río y lanzarse sobre los sorprendidos italianos.

Mi plan era un ataque a nivel divisional, con fuerzas muy superiores, para espantar a los italianos con carricoches que defendían el pueblo. Esperaba así atraer al norte las reservas alemanas y recibirlas en terreno favorable para la defensa. En el peor de los casos, incluso si las reservas alemanas me rechazaban, conseguiría apartarlas de su posición central y crear una oportunidad de avance en otros sectores del frente, sobre todo para los primos americanos, que andaban haciendo turismo por el sur del mapa. Los ingleses somos así de sacrificados.
El ataque comienza al amanecer, imagino, como mandan los cánones. Los ingleses, en número y calidad superior a los italianos, salen de sus posiciones con las cananas bien repletas de balitas. Los oficiales les dicen a sus hombres que se ha suprimido la preparación artillera para ganar el factor sorpresa, pero la verdad es que no hay balitas para disparar los cañones. La temible fuerza de reacción del Eje está demasiado lejos para participar en el combate, así que hasta me siento un poco mal por esos pobres italianos, superados en 4 a 1 incluso después de los efectos del terreno. Sin embargo, me consuelo pensando en que estoy haciendo la guerra al más puro estilo de Montgomery: acumulando una superioridad de hombres y pertrechos aplastante y desencadenando un ataque materialmente abrumador sobre un enemigo más débil. El modo británico de hacer la guerra.

Seguimos el procedimiento de combate: se calcula el factor de combate total del atacante y el defensor, los efectos del terreno, se ajusta la proporción de fuerzas… la fórmula rutinaria en tantos juegos de guerra. Llegamos al momento de la reacción enemiga y yo, todo satisfecho, informo a mi oponente de que esta no es posible: los poderosos y relucientes panzer están demasiado lejos, así que anuncio que prosigo con el ataque.
‒ Un momento, ‒me dice mi amable contrincante‒ se te olvida el hip shoot.
‒ ¿Hip shoot? ‒pregunto sorprendido‒ ¿Eso qué es? ¿Disparo desde la cadera? ‒digo, para que se aprecie mi dominio del inglés‒ ¿Qué se han creído estos italianos, que estamos en un Espagueti Western? Les van a caer encima mis temibles Bren carriers ‒nótese la ironía‒ y quieren un duelo al sol?
‒ No, no. ‒Me explica mi oponente con una beatífica sonrisa‒ El hip shoot es el ataque de reacción de mi aviación. Es una regla especial del Eje en este escenario.
‒ Bueno, no será para tanto. ‒Le digo, algo escamado‒ La aviación del Eje está agotada porque la estamos machacando en sus aeródromos. Es verdad que mis cazas están también en tierra, pero no te queda nada que echarme encima.
‒ No me refiero a esos cacharros, me refiero a mi aviación táctica en Sicilia.
¿En Sicilia? ¿A estos italianos les ha dado tiempo a llamar desde Túnez a Sicilia, a preparar los aviones, a cruzar el Mediterráneo y a bombardear y ametrallar a mis tropas antes de estas que lleguen al contacto con el enemigo? O mis ingleses son muy lentos en cubrir un centenar de metros de tierra de nadie o estos aviones del Eje son supersónicos. Y además estos italianos deben estar enchufados con Kesselring. ¿Quién podía esperar a la inquisición alemana, en forma de bombarderos tácticos interrumpiendo un ataque británico desde sus bases en Sicilia, a 500 kilómetros de distancia?
‒ Bueno, adelante. Que ataquen esos veloces ilusos. Van a conseguir lo mismo que mi aviación desde Argel atacando Túnez ‒ digo con un sonrisa sardónica.
Pero resulta que cuando estos aviones atacan a tierra se parecen a los dragones de Daenerys, cuando los míos eran como la cigüeña de David el gnomo. Ríete tú de la artillería: los aviones del Eje tienen el 50% de probabilidades de dejarme desorganizado todo el ataque. Por supuesto, mi contrincante saca la tirada necesaria y los ingleses se desorganizan. Yo también me desorganizaría. Seguimos con el ataque. Incluso desorganizadas, mis tropas tienen suficiente superioridad, al menos para tomar el maldito pueblo. Pero faltaba la puntilla que condenó este juego a mi averno lúdico particular: la tirada de sorpresa.
En principio tengo cierta confianza para este mi primer ataque tras nueve horas de juego: mis compañeros me llevan diciendo desde el comienzo de la partida que lo más importante en OCS es la calidad de la tropa. No en vano le tenemos tanto miedo a las tres fichas alemanas que hay en el mapa: esos jóvenes de la 10ª Panzer tienen más calidad que nosotros. Pero en este combate la ventaja es mía: mis bizarros ingleses tienen más calidad que los carricoches italianos. Aún hay confianza en la victoria. Hacemos la tirada de sorpresa y ¡Chorprecha! se da esa combinación rarísima del 1 (mío) y el 6 (von Arnim) y las tropas mediocres italianas sorprenden a mis veteranos ingleses. Utilizan los pepperoni picantes como balitas y descorchan botellas de Lambrusco sobre la cara de mis aguerridos infantes, que amenazan con linchar a sus oficiales por haberles dicho que no usarían la artillería para no echar a perder el «factor sorpresa». Cuando la ironía llega a la crueldad se denomina sarcasmo.
El combate, que comenzaba en una proporción muy ventajosa para mí, se va tropecientas columnas a la izquierda, entre el hip shoot y la sorpresa, y mis ingleses son derrotados por una fuerza muy inferior en calidad y en número. A grandes rasgos, cada italiano mata a cinco ingleses y captura a 18. ¿Bajas italianas? Un intoxicado por pepperoni y un ojo morado por un corcho de Lambrusco. Los italianos celebran la victoria cantando Facetta Nera:
https://www.youtube.com/watch?v=jGAXQVzDHlw
Con esto concluyó la sesión. Bueno, casi. Los americanos, que llevaban tres sesiones moviéndose sibilinamente por el sur, al final hicieron acto de presencia en la retaguardia enemiga, sincronizados perfectamente con mi ataque. La Primera División Blindada americana, bisoña pero con mucha gente, se desbordó a través de los pasos montañosos que comunican el norte con el Sur de Túnez. Entre los primos americanos y Túnez sólo se interponía el batallón de motocicletas de una división Panzer. Una tirada de sorpresa más tarde, los americanos se batían en retirada, dejando todos sus tanques ardiendo en el campo de batalla, y los alemanes asaban salchichas en los restos humeantes.

Ya no volví a jugar. La derrota me dolió, como se puede ver por la longitud del texto, pero jugaría muy poco si sólo me gustaran los juegos a los que he ganado alguna vez. Lo que me alienó del sistema fue la experiencia de más de 8 horas calculando y moviendo balitas por el mapa, haciendo contabilidad analógica de hexágonos y gastos de combustible, prácticamente sin acción, y que todo ese aburrido proceso se malograra en una tirada del dado. Probablemente no se hizo la miel para la boca del asno, pero mi problema es que si voy a invertir tantas horas en un juego, prefiero dedicar mis patentemente cortos recursos mentales a algo más divertido que contar balitas y hexágonos, sobre todo cuando todo ese conteo resulta fútil comparado con una mala tirada de sorpresa, o un Hip shoot inexplicable. Hay que contar cada hexágono que mueven los camiones de leña, pero los aviones alemanes pueden cruzar 500 kilómetros para llegar como la caballería en una película de John Ford, porque ellos lo valen.

Hasta aquí mi experiencia, no exenta de alguna inocente exageración por licencia literaria. Entiendo a los que admiran el sistema y disfrutan de él. Estoy convencido de que OCS tiene muchas cosas buenas, que refleja mejor que muchos otros las limitaciones logísticas de la guerra moderna y que ha sido muy influyente. Como en las rupturas amorosas, la culpa es mía, no del sistema, pero hay demasiados juegos por jugar ahí fuera para invertir tanto tiempo en hacer cosas que me aburren, como… contar balitas.
6 comentarios en “De Balitas, Hip Shoot Y Chorprechas”
¡El momento del hip shoot debió ser épico!
Buen artículo, con buen humor le has abierto las costuras.
Un poco de humor siempre va bien 🙂
Lo que me he reído …. A mi tampoco me va la OCS.
Yo también me reí bastante!
Señora reseña, mis respetos, Carlos.
Asier
jajajaja, buenos dias.
Muy bueno el artículo. Veo que has tenido una experiencia religiosa con OCS.
Yo acabo de comprar el Tunisia II, espero tambien tener «chorpresas»…., y me emociona ver como has valorado ese punto de caos que da un dr o DR en una tirada… jajajaja…
Saludos.